La publicación fue incorporada en la Biblioteca del Colegio de Abogados a solicitud del Instituto de Derechos del Animal, invitándolos a acceder a él y conocer sobre nuevos temas del derecho que incumben cada vez a nuestra sociedad...
Nueva incorporación en la Biblioteca del Colegio - Libro “El Derecho de los animales”
Hacemos extensivo un breve sumario del libro "El Derecho de los animales" Coordinado por Basillio Baltasar de la editorial española Marcial Pons.
La publicación fue incorporada en la Biblioteca del Colegio de Abogados a solicitud del Instituto de Derechos del Animal, invitándolos a acceder a él y conocer sobre nuevos temas del derecho que incumben cada vez a nuestra sociedad.
Animales y Derechos.
Javier SÁDABA
Universidad Autónoma de Madrid.[1]
Los animales forman parte de nuestro entorno, compartimos con ellos un fondo común. Los animales y los animales humanos estamos situados en el amplio campo de la naturaleza. Los derechos, por el contrario son una construcción que hemos hecho en el otro campo, el de la cultura. De ahí que de los primeros podamos hablar con cierta propiedad, mientras que de los segundos lo hagamos en controversia y hasta duro enfrentamiento. La etimología de “animal” la hemos recibido del latín y se refiere a “lo que respira”, lo que está vivo. No debemos olvidar que su uso fue, desde comienzos desde la civilización con un sentido peyorativo. La palabra derecho se remonta al indoeuropeo ”reg”, de donde procede recto o directo.
La evolución es un hecho científico indudable, salvo para algún fundamentalista. Pero fue, con la llegada de Ch. DARWIN, con su descubrimiento por selección natural que se ha interiorizado en la ciencia y en el saber cotidiano como un dato indiscutible.
Hasta entonces, la separación entre los llamados brutos y los seres humanos había sido tajante. El filósofo utilitarista P. SINGER, describiendo una tradición, muy arraigada, según la cual todos los animales no humanos serían instrumentos en manos del hombre. DESCARTES separará a los humanos de los animales con una radicalidad que casi iguala a lo que diferenciaría lo divino de lo humano.
El utilitarista J. BENTHAM consideró una equiparación necia la de no tener razón, y en consecuencia, no tener dolor.
Una infantil metafísica ha sido la causa de nuestro egocentrismo y de nuestro especismo. El egocentrismo como consideró HUME, consiste en creernos que somos el centro de todo lo que existe y puede existir. El especismo en clasificar la realidad en entidades cerradas y totalmente separadas una de otras cuando, utilizando la idea de WITTGENSTEIN, las cosas están entrelazadas, son “juegos de lenguaje” o “eslabones de una cadena”.
Supongamos un observador imparcial lejano a animales y humanos que, sin embargo, conozca las características más relevantes de ambos. Los contemplaría como dos conjuntos distintos, el de los animales y de abajo arriba distinguirá una inmensa variedad de especies. Si contempla animales fuertemente jerarquizados y monógamos, como el lobo. Si nuestro observador se vuelve ahora, hacia el otro conjunto, el de los humanos le llamará la atención que han accedido al mundo de la cultura, y que es a través de esta, como, por un lado, han frenado la evolución natural y, por otro han privilegiado la ciencia y la tecnología, en detrimento de los sentimientos. Los animales no humanos se rigen por los instintos y están programados en función de su código genético. Los humanos están programados para ser, al menos, mínimamente libres. No se trata de contradicción alguna, Los no humanos se rigen por los instintos, y los humanos, aparte de los instintos, por las posibilidades que se les abren para actuar de una u otra manera.
El observador, entre los dos conjuntos señalados, se fijará en lo que se llaman conjuntos enlazados. Expuesto de otra manera, habría características muy comunes a ambos conjuntos. Y, en concreto, en esa parte enlazada, los animales humanos y no humanos, compartimos la sensibilidad ante el dolor o, en términos más psicológicos, el sufrimiento. Es fácil concluir que nuestro observador pensaría que han de ser tratados de manera semejante los que comparten el siempre pérfido dolor.
Es hora de pasar a los derechos en cuanto tales. En esta situación, es conveniente ir a la raíz, y la raíz es la moral porque unos derechos que se sustentan en el aire podrían nacer tanto de una dictadura, y por tanto a desobedecer, como fruto de unas normas justas y, por tanto, a respetar. Dentro de la moral hay dos tendencias que, casi esquizofrénicamente, nos predisponen a la acción.
Una es la basada en los principios desde donde fluyen tales acciones. La otra es la utilitarista que se centra en las consecuencias de nuestros actos. La primera considera las obligaciones de manera rígida. La segunda de forma más flexible. Lo razonable es combinar las dos posturas.
Reconociendo la diferencia entre animales humanos y no humanos, está en su punto afirmar que tenemos obligaciones respecto a ellos y, en consecuencia, que poseen, unos derechos, sino iguales, sí análogos a los nuestros. A un niño no lo llevaremos a un Tribunal de justicia, aunque le apliquemos un pequeño castigo que pedagógicamente lo ayude. Pero tenemos la obligación de no hacerle sufrir o de alimentarle. Una obligación semejante, además de no llevarle a tribunal alguno, tenemos respecto a determinados animales. Concretamente la de no inflingirles sufrimiento. En algún sentido y dada la relación asimétrica, no es exagerado sostener que son ellos los que nos otorgan los derechos. Y es que, inermes, nos obligan a actuar a su favor. No es, por lo tanto, extraño que desde el año 1979 se haya legislado como es el caso de la Declaración Universal de los Derechos de los Animales aprobada por UNESCO y ONU. De lo que se trata es que se les deje vivir, ser libres y no se los torture.